por Monika Anselment y Ali Habib
Anochece, septiembre, Rachid regresa a casa andando. Su coche lo tiene aparcado delante de la puerta. Desde lejos lo puede ver. De pronto observa que dos hombres trajinan alrededor del vehículo. Se acerca sigilosamente hasta que puede comprobar qué es lo que están haciendo: ¡están desmontándole las ruedas!. Rachid se sobrepone y, recuperada la compostura, se dirige hacia los hombres, se planta frente a ellos y con toda corrección les dice:
- Ese coche es mío.
Los dos hombres, cogidos en flagrante, lo miran algo turbados. Él, que no quiere provocarlos de ninguna manera, les pregunta con tacto:
- ¿Qué es lo que están haciéndole a mi coche?
- Ya lo está usted viendo: le desmontamos las ruedas.
- Pero eso no puede ser; sin ruedas no podré utilizarlo.
Uno de los hombres, que sostiene una llave inglesa en la mano, levanta la mirada y le dice:
- Así es; pero nosotros necesitamos las ruedas.
Ante un argumento tan contundente, Rachid no sabe qué decir. Pensativo, reflexiona sobre el modo de atajar la discusión. Finalmente les dice:
- ¿Saben ustedes lo que cuestan unas ruedas hoy en día? Una sola no se puede comprar por menos de veinte mil dinares.
Los hombres, en cuclillas, se intercambian unas miradas y uno de ellos le responde:
- Nosotros no obtendríamos tanto; lo máximo que nos darían sería diez mil dinares por rueda.
- Puede ser -asiente Rachid-, pero yo tendría que pagar ochenta mil dinares. ¿Saben lo que gano al mes? Ni siquiera una décima parte de esa cantidad.
Mientras discuten, los hombres continúan con su labor. Ya llevan desmontadas tres ruedas. El coche lo han apoyado en unas piedras. De repente, el más viejo de ellos se detiene en su faena y le dice a Rachid:
- Usted no tiene el aspecto de ser pobre. Está bien, le propongo un trato: usted nos da cuaren-ta mil dinares por las cuatro ruedas y nosotros desaparecemos.
Rachid se pone a pensar y calcula para sí: “Cuarenta mil dinares es la mitad de lo que tendría que pagar en el mercado; además, tendría que pasarme horas o días enteros para conseguir otras de repuesto. Si no acepto el tra-to, me crearé complicaciones. Lo mejor será que les dé el dinero que piden”.
- De acuerdo - les dice -, voy a buscar el dinero.
- No se le ocurra avisar a la policía - le advierten.
Rachid se aleja hacia la casa murmurando. Siente miedo. “Puede ser que vayan armados. Cuarenta mil dinares es mucho dinero, pero tam-bién las ruedas de segunda mano son muy caras. Hace ocho años cuatro ruedas costaban sola-mente cien dinares”- piensa para sí. Cabizbajo, coge el dinero y sale de la casa.
Los hombres han empezado a montar las ruedas de nuevo. Eso a Rachid le proporciona un leve sentimiento de confianza. Les da el dinero. Uno de los ellos refunfuña:
- Muchas gracias.
Rachid vuelve a su casa. Desde la ventana observa como se van alejando los hombres y piensa: “Lo más probable es que tengan un cóm-plice que con un coche esté esperándolos en una calle próxima”.
De pronto, los hombres se paran. Por los gestos que hacen, Rachid puede apreciar que libran una fuerte discusión. En ese momento un esca-lofrío le recorre el cuerpo. Los hombres se dan la vuelta y se dirigen hacia su casa. Llaman a la puerta. Rachid se aproxima y sin abrir les espeta:
- ¿Qué es lo que quieren ahora, no tienen ya el dinero?
Uno de ellos, con voz algo cortada, le contesta:
- Queremos aclararle algo. La verdad es que no-sotros sólo necesitamos veinticinco mil dinares, así que hemos decidido devolverle a usted los otros quince mil.
Traducción: Araceli Arroyo Montilla