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El mercadillo de los viernes

por Monika Anselment y Ali Habib


Hachim se dirige hacia el mercadillo de los viernes donde, desde hace años, los nuevos pobres venden sus últimas pertenencias. A veces tiene suerte y consigue por poco dinero alguna cosa de valor. No hace mucho había comprado una alfombra antigua que era la última pieza valiosa de la casa de un viejo funcionario. Éste le contó que la alfombra había pertenecido a su padre, que era del tiempo de los Otomanos y que la había comprado por cinco liras de oro. Esa pieza tan preciosa y las otras rarezas que también ha ido consiguiendo, decoran hoy su sala de estar. Llega al mercadillo, aparca el coche y se apea. Cuidadosamente empieza a caminar por el polvoriento suelo. De nada le sirve. Con gran disgusto, observa lo que minutos antes habían sido sus pulidos y relucientes zapatos. Hace unos años, cuando todavía fluía el dinero del petróleo, en ese lugar se debían construir casas para los funcionarios. En lugar de eso, lo que hay es este mercado sin orden ni concierto. Hachim se mezcla entre la gente y se va perdiendo entre la muchedumbre; deambula entre los improvisados y precarios tenderetes; mira hacia un lado y hacia otro; echa un vistazo a las ofertas; observa los objetos desplegados en el suelo polvoriento. Hoy no hay gran cosa, muchos trapos y cachivaches viejos, nada que motive su pasión de coleccionista. Desilusionado emprende el camino de regreso hacia el coche. De repente escucha una voz: “Se venden tapacubos-Buick”. Hachim mira a su alrededor y ve a un joven con cuatro tapacubos que viene adentrándose en el mercadillo. Atraído por el género, se le acerca. Puede ser que sí, que tal vez consiga hoy alguna ganga. Aunque los tapacubos de su Buick están muy bien conservados no estaría mal, teniendo en cuenta la cantidad de robos que se cometen en Bagdad y la falta de piezas de repuesto que hay, disponer de otro juego. Para Hachim es fundamental que su coche esté en perfecto estado. Se acerca al delgado joven y lo para. Éste tiene el pelo casi rapado y su rostro está curtido por el sol. Por su aspecto es obvio que es uno de esos soldados recién licenciados. Hachim examina detenidamente las ruedas. Están de primera. Simulando no tener demasiado interés le pregunta por el precio. Los cuatro vienen a costar veinte mil dinares. No es mucho para ser cuatro tapacubos de Buick casi nuevos. Aun así, intenta regatear el precio. Le da resultado. El joven vendedor acepta doce mil dinares por los cuatro. Hachim está contento y satisfecho de sí mismo. Con los tapacubos bajo el brazo y una sonrisa que delata su felicidad, se dirige hacia su coche. No ha perdido el tiempo. Si no los necesita a medio plazo, siempre podrá revenderlos por el mismo precio cuando se termine el bloqueo. Doce mil dinares ni siquiera son seis dólares. Enfrascado en sus lucubraciones y contento de su buena suerte llega al coche y, se queda de piedra: ¡los tapacubos de su coche han desaparecido! Da una vuelta alrededor del vehículo y comprueba que, efectivamente, faltan los cuatro. Lleno de pena contempla su Buick. Ahora se alegra todavía más de haber comprado esos tapacubos. “Menos mal” - se dice a sí mismo - y empieza a montarlos. Cuando va por el tercero, descubre una pequeña bolladura que tiene un resto de color rojo. Esta bolladura le suena de algo. Hace una semana su hijita pequeña chocó con el triciclo contra esa rueda del coche.

Traducción: Araceli Arroyo Montilla