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Conmoción y temor

(Dos ideas y un corolario sugeridos por TV Wars de Monika Anselment)

by Jordi Font Agulló


1. Un liberalismo mediático hecho a medida

[...] Del mismo modo que el imperialismo europeo recurrió al racismo para superar la tensión entre nacionalismo e imperialismo, Estados Unidos trató de ocultar la ambición imperial bajo el manto de un universalismo abstracto. [...]

David Harvey (1)


La infiltración de una ideología en la esfera social mediante las técnicas modernas de la propaganda puede acabar teniendo unos efectos catastróficos. A menudo, aunque evidentemente puede tener un papel influyente, la tragedia humana y social resultante no depende sólo del carácter pernicioso inherente al cuerpo ideológico en cuestión. Es evidente que, por ejemplo, la brutalización gradual de la Wehrmacht (2) después de la invasión de la Unión Soviética el verano de 1941 fue posible gracias al bombardeo político-mediático que millones de alemanes habían recibido con anterioridad y durante años por parte de unos dirigentes criminales y mentirosos, que hacían proselitismo de una doctrina totalitaria reñida con el mínimo sentido ético. Los asesinatos en masa, la deshumanización del enemigo, la guerra total, fueron factibles a partir del momento en que, por medio del despliegue propagandístico, se había construido un sistema perceptivo de la realidad completamente tergiversado. En definitiva, un universo donde tenía mucho peso una visión idealizada de la propia comunidad y que, a su vez, tenía su reverso en la proliferación de imágenes ficticias y demoníacas sobre los “otros”..

Sin embargo, como hemos señalado, la deriva hacia la barbarie no tiene que estar necesariamente fundamentada en una ideología abyecta per se. Un caso bien patente es el de los fundamentos intelectuales sobre los cuales, a lo largo de los últimos tres siglos, se han ido erigiendo las formas de organización social del Occidente capitalista; es decir, la economía de mercado y los principios del individualismo liberal-burgués. En un plano ideológico —y sólo en parte en la práctica— la democracia liberal permite la creación de amplios espacios de libertad, por los que, aparentemente, circulan sin barreras de ningún tipo y con una visibilidad equitativa múltiples discursos y las opiniones más variadas. En fin, un hipotético estado ideal, incluso un punto y final de la trayectoria de la humanidad como así lo entendían algunos (3) en la última década del siglo XX. No obstante, la administración de todas las esferas de la vida pública y privada mediante la aplicación desregularizada de los principios liberales en el campo económico, a pesar de que sus defensores pretenden presentarla como algo que es natural a las relaciones económicas y sociales maduras, ha comportado, históricamente, la extensión por doquier de la desigualdad y, asimismo, ha causado conflictos de toda índole y tragedias insoportables desde una óptica racional.

En consecuencia, ante tales despropósitos, quien lleva las riendas del poder económico y político en una sociedad posmoderna de raíz liberal se puede encontrar con que los canales de libertad existentes sean utilizados por quien no está de acuerdo con un orden vigente inseparable de actuaciones condenables desde un razonamiento que tenga en cuenta los derechos humanos más básicos. Cuando eso sucede, normalmente significa que una parte relevante de la población se organiza colectivamente y se vuelve participativa con el objetivo de rechazar y de enfrentarse a las políticas de las clases dirigentes. Desde la lógica de una concepción “pura” de la democracia liberal, es un hecho incontestable que cuantos más agentes autónomos participen activamente en el entramado sociopolítico, más solidez adquiere el proceso democratizador. Por tanto, la disidencia debería ser percibida como una bendición, como la simple expresión de la pluralidad existente. Pero es obvio que para los intereses de los grupos dominantes que gestionan el capital constituye un factor negativo la aparición de sectores disidentes con posibilidades de conseguir un impacto en la mayoría. Llegar a este punto suele comportar recurrir a medidas coercitivas y represivas. Sin embargo, en las sociedades liberal-burguesas las disposiciones punitivas son selectivas y nunca suelen ser multitudinarias, como tampoco no se suele hacer uso de una propaganda a simple vista hiperpolitizada. Estas últimas opciones preventivas son propias de soluciones totalitarias y, además, tendrían un efecto deslegitimador sobre el sistema liberal. Por tanto, y a fin de no perder cuotas de poder económico y capacidad de intervención pública, aquellos que gobiernan destinan recursos ingentes al aprovechamiento de manera sofisticada de los conductos de libertad para pervertir la misma libertad. En este sentido, a través de las técnicas de propaganda más sutiles y persuasivas, de los mecanismos de las relaciones públicas y de la creación de opinión o de la fabricación de consenso, una vez todo bien canalizado por medio de los mass media, se logra controlar el pensamiento de una porción numerosa de público, inculcar, como afirma Noam Chomsky (4) , los “valores correctos” y desviar la atención de los verdaderos problemas.

En los últimos tiempos, los avances en un sentido manipulador, han sido, desgraciadamente, considerables en el bloque de los países ricos y, en particular, en los Estados Unidos. Desde la Primera Guerra del Golfo Pérsico de 1991 hasta las últimas invasiones militares, pasando por la mortandad terrorista del 11 de septiembre de 2001, constituye un hecho indiscutible que los medios de comunicación de masas occidentales han jugado un papel clave en la construcción de esta visión del mundo ficcionalizada mediante la extensión generalizada de una peculiar “corrección” política. En realidad, se trata de un mundo de sombras poblado de ambivalencias y contradicciones, sostenido por supuestos ideológicos elitistas (evitar que piensen los que no estarían capacitados para pensar) de viejos maestros liberal-conservadores como Walter Lippmann o John Dewey, o por planteamientos de política internacional bien engañosos y encubridores. Como se sabe, la hipocresía liberal puede llegar a justificar el bombardeo de países por razones humanitarias y con el fin de restituir o extender los valores (5) pretendidamente eternos de la propaganda burguesa. Sin lugar a dudas, bajo el caparazón del pretexto de la propagación del liberalismo democrático se esconde la transformación de una parte considerable de la humanidad en meros recursos humanos a disposición de los intereses y necesidades de los que controlan los designios del mercado global.


2. De la dulcificación del infierno en la tierra a su iluminación.

[...] You sent your lights Your bombs You sent them down on our city Schock and awe Like some crazy t.v.show [...]

Patti Smith, Radio Baghdad (6)


Estamos, pues, ante un fraude de realidad en plena era de la información, que tiene su mejor aliado en las prácticas (re)presentacionales de los mass media —especialmente el dispositivo televisivo—. La gravedad de la situación no reside sólo en el hecho que las imágenes en movimiento emitidas por televisión no respondan en muchos casos a la verdad de los sucesos, sino que este medio haya logrado, en buena medida, hacer invisible la martingala de la excusa liberal mediante la imposición de la ilusión de contar con una red mediática inefable, que sería un mero espejo del exterior. En consecuencia, según este criterio, el uso de la coacción y la violencia bélica por parte de Occidente tendría que ver con la voluntad de extender el bien (entiéndase liberalismo) en todo el mundo. Convencer de la sinceridad de esta misión es una tarea que corresponde a unos media que normalizan lo que sería impensable (7) para una mentalidad ilustrada de nuestra época y, además, tienden a borrar cualquier huella de la inmoralidad y de la criminalidad evidentes en la empresa neocolonialista. Y este camuflaje requiere una presentación visual que minimalice la barbarie real; es decir, secuencias de imágenes trasmitidas a gran velocidad con técnicas que privilegian la percepción impresionista por encima de la analítica, acompañadas, a su vez, por la sutileza de unos mensajes liberales meramente retóricos.

Si bien, en un inicio, hemos recordado las potencialidades de la publicística totalitaria para arrastrar casi a todo un pueblo a un comportamiento criminal consciente, a título comparativo también constituye un factor preocupante que, en la actualidad y en los países denominados democráticos, los medios de comunicación de masas tengan una marcada función propagandística simulando una objetividad irreprochable. Esta simulación hiperreal fue bien diagnosticada por Jean Baudrillard (8) ya hace unos años a raíz de la Primera Guerra del Golfo, aunque no dejaba de ser una apreciación provinciana, como ha argumentado de manera justa Susan Sontag (9) , si se tiene en cuenta que estos hábitos visuales sólo afectan a la población que vive en las zonas opulentas del planeta. En realidad, en el mal denominado Primer mundo, los medios llevaron a cabo un ejercicio de retórica comunicacional innoble, un desafortunado camelo de masas. No obstante, el filósofo francés cometió el error de equiparar, con cierta frivolidad, lo que se quería mostrar como creíble con lo que se puede llegar a conocer desde un punto de vista crítico o de investigación de la verdad. La aceptación de un presupuesto de estas características comportaba la complicidad con la agresión imperialista, la negación de la resistencia crítica e insinuaba, de manera perversa, que el sufrimiento real (10) difícilmente es discernible en medio del flujo visual hiperrealista continuo.

La exhibición de las acciones bélicas como si se tratasen de videojuegos que, por otro lado, era también un intento de reafirmar la superioridad tecnológica occidental, inauguró una nueva era mediática. La clave de todo consistía en disfrazar la censura —presente casi en todos los conflictos protagonizados por los Estados Unidos y el conjunto del bloque Occidental— mediante la emisión de un alud de imágenes que ocultaban mientras mostraban (11). Ya no se podía tolerar más lo que sucedió durante la guerra del Vietnam, donde el relajamiento de la censura propició la articulación de un gran movimiento pacifista. Es evidente que en los últimos años el objetivo principal de los noticiarios informativos ha sido la manufacturación de la opinión pública con tal de “proteger” (12) a la gente ordinaria de la realidad. Es decir, se trata de dulcificar la violencia, lo que es la viva imagen del infierno en la tierra, sobre todo cuando el fuego del infierno es atizado por la máquina bélica imperialista. Así pues, el objetivo prioritario es mantener —o fingir— los apoyos a las políticas intervencionista de los grupos dirigentes.

Contra esta farsa informativa una reacción legítima es reivindicar una vía de visibilidad mayoritaria a las imágenes captadas por los numerosos reporteros en los mismos frentes de guerra; aquellas que no oculten los detalles del horror y del dolor inflingido por las democracias occidentales. Aunque cabe señalar que en los medios de comunicación, alentados por la espectacularización y por los impulsos del audímetro, la escabrosidad de las imágenes resulta habitual. Pero siempre se trata de escenas —cargadas de significaciones racistas, eurocéntricas y colonialistas— que registran actos atroces perpetrados por los “enemigos” (por ejemplo las videoejecuciones) o luchas intestinas entre diferentes pueblos (a menudo calificados como tribus o bandas) considerados exóticos y lejanos. Otro camino podría ser l a exigencia de la retirada de esta visión deshistorizada y atomizada (13) que capitaliza los programas televisivos de actualidades. Una manera de evidenciar el desencuentro entre los mass media y la verdad podría ser, por un lado, el examen minucioso de los discursos que pretenden interpretar “correctamente” los acontecimientos y, por el otro, llevar a cabo una tarea de deconstrucción de los sistemas de producción y de edición de imágenes. Enlazando, en parte, con este propósito, la disparidad de líneas de trabajo que definen el ámbito de las artes visuales en nuestra época —a pesar de las limitaciones que afectan a su recepción pública—, sin duda, reúne condiciones para colaborar de forma satisfactoria en el cuestionamiento de esta construcción mistificada de la realidad que nos asfixia.

En unos mass media en los cuales el entretenimiento y el espectáculo ocupan un lugar privilegiado en el ranking de los intereses del mercado, los actos violentos, los grandes atentados, la guerra en su máxima expresión tecnológica y visual (helicópteros Black Hawk aterradores, aviones invisibles, misiles inteligentes, el blindaje de tanques imponentes, los colores de los uniformes de camuflaje, explosiones impresionantes, edificios desmoronándose…) desempeñan un papel paradigmático. Atender a las formas de (re)presentación de estos acontecimientos resulta primordial para captar la relevancia de todo lo que se pretende esconder y, a su vez, nos da muchas pistas sobre las bases ideológicas que activan el funcionamiento técnico del dispositivo comunicacional. La artista Monika Anselment hace más de una década que trabaja en este sentido. Con un uso perspicaz del medio fotográfico, entre las bellas artes y los medios de comunicación (14), se dedica, con su cámara inmóvil ante el aparato de televisión, a la captura de instantáneas fílmicas relacionadas con la “guerra civil mundial” (15) en la que están involucrados los Estados Unidos y sus aliados. Se trata literalmente de una apropiación del material televisivo con el fin de convertirlo en una única imagen estática. Precisamente, de la a separación existente entre la imagen en movimiento que fluye en la pantalla televisiva y el apoderamiento fotográfico final, fruto de una prolongada exposición, surge el interés de esta propuesta denominada TV Wars.

El pillaje visual de Anselment proviene de una elección formal que responde a una concepción pictórica previa y que desemboca en el logro de la inmovilidad del formato del cuadro. Se trata, pues, de la consecución de un distanciamiento. Como indicó Bertolt Brecht (16) , una simple réplica de la realidad dice muy poco de aquella realidad y, en consecuencia, la solución pasa por la fabricación de algo nuevo, de un artificio evocativo que nos permitirá vertebrar una conexión reflexiva. En esta línea, Monika Anselment realiza una transacción visual sugerente que nos traslada de los “comunicados de guerra” emitidos por la BBC, ntv, Euronews, CNN, Arte, o, incluso, Aljazeera —por lo que respecta a esta cadena televisiva se trata de una captación indirecta, ya que la artista sólo fotografía los fragmentos de imágenes que son utilizados en los noticiarios de los mass media occidentales— a una dialéctica de confrontación/tensión (17) individualizada entre nosotros (espectadores-receptores) y la imagen escogida. Y este nuevo estatus relacional es posible gracias a la estructura física de cuadro tradicional que adquieren todas las instantáneas tomadas por la artista alemana. El logro de esta apariencia tiene unas consecuencias estéticas y éticas indiscutibles. Por un lado, las fotografías presentadas con un acabado casi pictórico incrementan la sensación de extrañamiento al perder la marca mediática y, por el otro, el estatismo sitúa al espectador ante un paisaje estimulante —que recuerda de manera indefinida una pintura abstracta—, propicio para despertar algo más que la contemplación de la belleza.

En efecto, Monika Anselment, con sus reciclajes “paisajísticos” televisivos, pone en crisis la objetividad simulada de los mass media y propone al espectador una observación activa mediante la potenciación de una mirada reflexiva con el fin de afrontar el descentramiento y el marasmo saturador causado por la multitud infinita de imágenes descontextualizadas que el universo comunicacional proyecta. La implicación crítica de la artista es evidente, pero, a la vez, es también sutil y compleja porque lo que aparece a simple vista como una fascinación por las llamas incandescentes del infierno terrenal —la ambivalente atracción por el encanto de lo siniestro—, resulta ser, en definitiva, la captación de la luz que ha de posibilitar un acceso denunciador del dolor y de la injusticia que hay detrás del velo visual multicolor. Un velo tejido con unas imágenes en parte desnaturalizadas —como si fuesen efectos especiales made in Hollywood— y que sólo parcialmente se acercan a la verdad. El acierto de estas fotografías, por tanto, lo hallamos en su mutación en instrumentos que iluminan las zonas oscuras del sistema político-económico que decide, en buena medida, la suerte de millones de ciudadanos y, además, en el hecho que desvelan, con elegancia extrema, la complicidad servicial de los canales informativos.

Guerras neocoloniales, atentados suicidas, bombardeos hipócritamente humanitarios en nombre de los valores liberales, secuestros masivos, terrorismo bioquímico…., se convierten, en su dimensión televisiva, en un conjunto de ingredientes que, bien aliñados, configuran un cóctel fabuloso, una especie de show televisivo alocado como Patti Smith lamenta con la voz rota y sentenciosa. Mientras el show propaga la aquiescencia generalizada e impulsa la distorsión del mundo real, sobre las calles y las casas de Bagdad, Basora, Belgrado, Faluya, Kabul, Kandahar, Mosul, Ramala… ha caído y cae aún una tormenta de acero. Todo esto configura un clima de conmoción y temor que, naturalmente, se apodera de las víctimas, pero que no deja indemne a una franja considerable de la población que vive en los países de la elite agresora y de sus aliados, y que, fatalmente, queda atada (18) a la parálisis que causa el miedo.


3. Corolario: resistirse al desposeimiento.

[...] Simultáneamente, el incremento de la producción y del PNB corre paralelo a la destrucción de la vida (los recursos naturales) y la transformación de la humanidad en recursos humanos, lo cual supone una nueva expresión del racismo. [...]

Walter D. Mignolo (19)


Los mass media, como hemos argumentado, constituyen una pieza más —importante— de todo un conglomerado (FMI, Banco Mundial, políticas exteriores de los Estados Unidos, del Japón y de la Unión Europea) destinado a consolidar el proyecto neoliberal y su adopción de nuevas formas de colonización. Un proceso de acumulación que, desde la crisis económica de 1973, ha abandonado las estrategias de ampliación de capital por la línea directa del desposeimiento (20): en concreto, cuestiones como la apropiación de los recursos naturales, la aniquilación del medio natural, la destrucción progresiva del sector público, la delocalización de empresas… En definitiva, la demolición de los requisitos básicos que hacen posible el equilibrio vital y la equidad sociopolítica. Desposeer implica un acto coercitivo, una gran acción bélica si es necesario. Vivimos tiempos peligrosos, en la época de un “capitalismo que te abofetea el rostro” (21) . Además, la legitimación de este robo en términos liberales comporta, simultáneamente, otros desposeimientos. Es decir, en un orden crítico e intelectual e, incluso también en los niveles más íntimos que afectan a la independencia

privada y espiritual del individuo, la misma libertad de conciencia y raciocinio. Esto significa que tenemos que estar alerta para no sucumbir en un estadio de engaño y de indiferencia generalizada. Evitar esta situación supone restituir la vitalidad crítica de una cultura que, ante la comercialización intensa del inconsciente (22) , no rehuye el conflicto o la rebelión. Ignorar este asunto implica hundirse en el silencio (23) y en la adulación afirmativa de un sistema abusivo. El siguiente paso puede ser la brutalización de la cotidianidad y la entronización de la gesta guerrera.

Afortunadamente y de forma merecida, trabajos como TV Wars confirman que, con operaciones formales estéticas, es posible contribuir a la conformación de una respuesta disidente ante el desposeimiento imperante. En los tiempos que corren no es gratuito dar a entender que detrás y debajo de la luminosidad de las bolas de fuego y de los cielos resplandecientes hay centenares de miles de vidas destrozadas. Y lo más relevante es que el posicionamiento de Monika Anselment es sincero al no disimular la atracción por la intensidad visual de la (re)presentación de las acciones bélicas. Pero, a la vez, aunque no descarta la dualidad perceptiva —entre lo grotesco y lo bello— de la guerra (24), deja muy claro que una auténtica historia de guerra nunca contendrá un mínimo signo de virtud.


(1) David Harvey, El nuevo imperialismo, Madrid, Ed. Akal, 2004, p.54.

(2) Véase: Omer Bartov, L’armée d’Hitler. La Wehrmacht, les nazis et la guerre, Paris, Hachette Littératures, 1999.

(3) Sobre esta cuestión, véase por ejemplo: AA.VV., A propósito del fin de la historia, (Introducción de Alan Ryan), València, Ed. Alfons el Magnànim, 1994.

(4) Véase: Noam Chomsky, “El control de los medios de difusión. Los espectaculares logros de la propaganda”, Actos de agresión, Barcelona, Ed. Crítica, 2000, pp. 8-41.

(5) Véase: Alex Callinicos, Contra la Tercera Vía. Una crítica anticapitalista, Barcelona, Ed. Crítica, 2001.

(6) Fragmento de la canción “Radio Baghdad” que forma parte del último trabajo discográfico de Patti Smith, Tramping’, 2004.

(7) Véase: John Pilger, “La despiadada complicidad de los medios occidentales con la carnicería iraquí”, 18/11/04 a www.rebelion.org.

(8) Sobre este asunto véase el primer capítulo de: Christopher Norris, Teoría acrítica. Posmodernismo, intelectuales y la Guerra del Golfo, Frónesis-Cátedra, 1997, pp. 15-39.

(9) Véase: Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, Madrid, Ed. Punto de Lectura, 2004, p. 125.

(10) Ibídem.

(11) Vid.: Pierre Bourdieu, Sobre la televisió, Barcelona, Edicions 62, 1997, p. 20

(12) Vid.: Arundhati Roy, “La soledad de Noam Chomsky”, 19/2/04, a www.rebelion.org.

(13) Vid.: Pierre Bourdieu, op. cit., pp. 113-114

(14) Vid.: Jean-François Chevrier, “El quadre i els models de l’experiència fotogràfica”, Indiferència i singularitat. La fotografia en el pensament artístic contemporani, Barcelona, MACBA, 1997, pp. 195-210.

(15) Vid.: Giorgio Agamben, Estado de excepción. Homo sacer II,1, València, Ed. Pre-Textos, 2004, pp. 9-49.

(16) Citado por Walter Benjamin en “Pequeña historia de la fotografia”, dentro de W. Benjamin, Sobre la fotografía, València, Ed. Pre-Textos, 2004, pp. 21-55.

(17) Vid.: J.F. Chevrier, op. cit.

(18) Vid.:: Arundhati Roy, “¿Con qué detergente lavas? El poder público en la era del imperio”, 22/10/04 a www.rebelion.org.

(19) Walter D. Mignolo, Historias locales/diseños globales, Madrid, Ediciones Akal, 2003, p. 25.

(20) Vid.: David Harvey, Op. cit.

(21) Vid.: Jacques R. Pauwels¸El mito de la guerra buena. EE.UU en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Ed. Hiru, 2002, p. 297.

(22) Vid.: Fredric Jameson, Una modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente, Barcelona, Gedisa, 2004, pp. 13-22.

(23) Vid.: Peter Weiss, La estética de la resistencia, Honadarribia, Ed. Hiru, 1999, p. 1059.

(24) Vid.: Tim O’Brien, “Cómo contar una auténtica historia de guerra” a Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, Barcelona, Ed. Anagrama, 1993, pp.66-82.


Source: TV WARS / ed. by Fundació Espais, Girona, 2005.